
“Crucemos a la otra orilla”
21 de Junio de 2009. Domingo 12º del Tiempo Ordinario - Ciclo Anual “B”
Evangelio de San Marcos 4, 35-41
La travesía del Año Litúrgico en el Ciclo “C” nos coloca en Duodécimo escalón de esta remada anual acompañados, en este ciclo, por San Marcos y ocasionalmente por San Juan. Atardece; la tarde está serena y no se puede avizorar lo que nos depara la noche que se acerca. Crucemos a la otra orilla. Subimos con Él a la barca. En el transcurso de la noche llega la llamada: está grave; perece que el cáncer ya está muy avanzado; operación de inmediato. Su enfermedad degenerativa se revela como un camino irreversible. Llamarla…, escribirle…, conversar con la familia..; apoyarlos y ser consuelo y compañía. Entonces se desató un vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Es precisamente lo que yo estaba sintiendo. Todo me rebasaba, me envolvía y me hacía diminuto y pequeño en ese maremagnum de acontecimientos imprevistos que me inundaban y empequeñecían. MI barca, mi vida, estaba enfrentando unos vaivenes y vendavales impensados, para los que parecía que no estaba preparada y que la ponían en severo riesgo de desarmarse y quedar reducida a un montón de astillas flotando en la cresta de la ola.
La barca era grande. Muchos se habían subido a Ella. Yo también estaba. Nos decíamos que con ese tamaño y esa historia era imposible que se hundiera. Pero surgían las dudas. El balanceo y la escoración se hacían más profundos. Matriculada como “Iglesia” llevaba ya muchos años navegando desde su botadura al mar. Algunos decían que necesitaba un arreglo. Otros opinaban que el capitán no era demasiado perito. Para algunos, el rumbo era lo impreciso. El horizonte de la otra orilla estaba difuso. Hasta alguno estaba comenzando a considerar que era mejor tirarse al agua y aventurarse a un cruce a nado. Algunos ya comenzaban a gritar: ¿No te importa que nos ahoguemos? En la barca alguno consideraba ese grito inútil y llamaban al compromiso y esfuerzo de los embarcados para que la barca no naufragara.
La otra orilla es siempre un desafío. Exige soltar amarras, seguridades y zarpar. Ellos dejando la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. No había, no hay tiempo para más. La otra orilla. La otra orilla de mi vida. La otra orilla de la Iglesia, de mi familia, de la sociedad del país. El cambio en una dirección nueva. La meta en medio de una experiencia nueva, de choque, límite. ¡Y remar¡ Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron… ¿No te importa que nos ahoguemos? Parece una crítica más que una petición de auxilio. La enfermedad está claramente diagnosticada y no sé cómo dirigir el timón de esta barca, de mi barca, de la barca de mi familia, en la que las olas de la enfermedad grave de un ser querido está haciendo naufragara la esperanza y la fe y dejando sentir el reproche de Jesús: ¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe? Y el cruce de mi vida continúa. Y en la vida de la Iglesia seguimos cada jornada buscando el horizonte de la otra orilla propuesta por el Maestro, entre vendavales, tormentas, crisis, defecciones, fallos, caídas al agua y repescas reconciliadoras para volver a subirse a la barca.
¡Crucemos a la otra orilla¡ …El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. ¿Es que necesitamos el milagro continuo de las aguas calmadas para que sepamos y podamos caminar? Mi vida no es así. No es calma continua ni tormenta permanente. Es travesía surtida de experiencias cotidianas y tranquilas y de olas encrestadas en el límite de mi comprensión y capacidad de aceptación. Y , aunque parece más fácil, no es necesario un milagro continuo para tripular mi barca y dirigirla a la otra orilla. Solo necesito, Señor, que estés ahí, sentado, dormitando, y algunos ratos despierto, para que escuches mi angustia y me acompañes en los momentos más duros y exigentes. Y encima nos desafías en este Continente: ¡Echen las redes para pescar¡ (Lc 5, 4)
¡A silencio redujo la borrasca, y las olas callaron. Se alegraron de verlas amansarse y Él los llevo hasta el puerto deseado¡ (Salmo 107 (106), 29-30) ¡Crucemos¡ ¡Encaremos el vendaval¡ ¡Hagamos frente a la tormenta¡ ¡Señor¡ ¿Quién eres? ¡Me cuesta comprender tu mensaje, pero no dejes de estar sentado en la proa de mi barca¡ ¡Feliz día a los papás¡ ¡Que su barca esté llena del Maestro y no pierda nunca la dirección hacia la ora orilla¡ Saludos.
P. Esteban Merino Gómez, sdb.
21 de Junio de 2009. Domingo 12º del Tiempo Ordinario - Ciclo Anual “B”
Evangelio de San Marcos 4, 35-41
La travesía del Año Litúrgico en el Ciclo “C” nos coloca en Duodécimo escalón de esta remada anual acompañados, en este ciclo, por San Marcos y ocasionalmente por San Juan. Atardece; la tarde está serena y no se puede avizorar lo que nos depara la noche que se acerca. Crucemos a la otra orilla. Subimos con Él a la barca. En el transcurso de la noche llega la llamada: está grave; perece que el cáncer ya está muy avanzado; operación de inmediato. Su enfermedad degenerativa se revela como un camino irreversible. Llamarla…, escribirle…, conversar con la familia..; apoyarlos y ser consuelo y compañía. Entonces se desató un vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Es precisamente lo que yo estaba sintiendo. Todo me rebasaba, me envolvía y me hacía diminuto y pequeño en ese maremagnum de acontecimientos imprevistos que me inundaban y empequeñecían. MI barca, mi vida, estaba enfrentando unos vaivenes y vendavales impensados, para los que parecía que no estaba preparada y que la ponían en severo riesgo de desarmarse y quedar reducida a un montón de astillas flotando en la cresta de la ola.
La barca era grande. Muchos se habían subido a Ella. Yo también estaba. Nos decíamos que con ese tamaño y esa historia era imposible que se hundiera. Pero surgían las dudas. El balanceo y la escoración se hacían más profundos. Matriculada como “Iglesia” llevaba ya muchos años navegando desde su botadura al mar. Algunos decían que necesitaba un arreglo. Otros opinaban que el capitán no era demasiado perito. Para algunos, el rumbo era lo impreciso. El horizonte de la otra orilla estaba difuso. Hasta alguno estaba comenzando a considerar que era mejor tirarse al agua y aventurarse a un cruce a nado. Algunos ya comenzaban a gritar: ¿No te importa que nos ahoguemos? En la barca alguno consideraba ese grito inútil y llamaban al compromiso y esfuerzo de los embarcados para que la barca no naufragara.
La otra orilla es siempre un desafío. Exige soltar amarras, seguridades y zarpar. Ellos dejando la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. No había, no hay tiempo para más. La otra orilla. La otra orilla de mi vida. La otra orilla de la Iglesia, de mi familia, de la sociedad del país. El cambio en una dirección nueva. La meta en medio de una experiencia nueva, de choque, límite. ¡Y remar¡ Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron… ¿No te importa que nos ahoguemos? Parece una crítica más que una petición de auxilio. La enfermedad está claramente diagnosticada y no sé cómo dirigir el timón de esta barca, de mi barca, de la barca de mi familia, en la que las olas de la enfermedad grave de un ser querido está haciendo naufragara la esperanza y la fe y dejando sentir el reproche de Jesús: ¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe? Y el cruce de mi vida continúa. Y en la vida de la Iglesia seguimos cada jornada buscando el horizonte de la otra orilla propuesta por el Maestro, entre vendavales, tormentas, crisis, defecciones, fallos, caídas al agua y repescas reconciliadoras para volver a subirse a la barca.
¡Crucemos a la otra orilla¡ …El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. ¿Es que necesitamos el milagro continuo de las aguas calmadas para que sepamos y podamos caminar? Mi vida no es así. No es calma continua ni tormenta permanente. Es travesía surtida de experiencias cotidianas y tranquilas y de olas encrestadas en el límite de mi comprensión y capacidad de aceptación. Y , aunque parece más fácil, no es necesario un milagro continuo para tripular mi barca y dirigirla a la otra orilla. Solo necesito, Señor, que estés ahí, sentado, dormitando, y algunos ratos despierto, para que escuches mi angustia y me acompañes en los momentos más duros y exigentes. Y encima nos desafías en este Continente: ¡Echen las redes para pescar¡ (Lc 5, 4)
¡A silencio redujo la borrasca, y las olas callaron. Se alegraron de verlas amansarse y Él los llevo hasta el puerto deseado¡ (Salmo 107 (106), 29-30) ¡Crucemos¡ ¡Encaremos el vendaval¡ ¡Hagamos frente a la tormenta¡ ¡Señor¡ ¿Quién eres? ¡Me cuesta comprender tu mensaje, pero no dejes de estar sentado en la proa de mi barca¡ ¡Feliz día a los papás¡ ¡Que su barca esté llena del Maestro y no pierda nunca la dirección hacia la ora orilla¡ Saludos.
P. Esteban Merino Gómez, sdb.