Inundados por el poder del Espíritu Santo:
fuego y viento impetuoso de amor
Hechos 2,1-11
“Quedaron todos llenos del Espíritu Santo”
Es el Espíritu Santo…
Hoy celebramos y revivimos el misterio de Pentecostés,
la plenitud del misterio
de la Pascua en la efusión del Espíritu Santo. Celebramos el fuego de amor que
el Espíritu encendió en la Iglesia para que arda en el
mundo entero: ¡fuego que
no se apagará jamás!
Es el Espíritu Santo quien, con su
fuerza unificadora, nos lleva a todos
-en la
multiplicidad de dones- a aceptar y confesar una misma
fe en Jesús “Señor”
nuestro.
Es el Espíritu, el que con toda su
potencia actúa en nosotros ayudándonos a
comprender y a poner en práctica las palabras de
Jesús; sus actitudes, gestos y
comportamientos se nos impregnan gracias al soplo del
Espíritu.
Es el Espíritu Santo quien se hace
presente en los oídos y en el corazón de
todo oyente de la Palabra, para que sea posible la
“Lectio Divina”, o sea, para
que cada oyente se abra a la fuerza penetrante de la
Palabra.
Es el Espíritu el que transforma el pan
y el vino en el cuerpo entregado y en la
sangre derramada de Jesús, prolongando en cada
asamblea eucarística su
Pentecostés.
Es el Espíritu Santo el que nos impulsa
a anunciar el “Misterio de la fe”, de la
muerte y resurrección del Señor, la semilla de la
Palabra –kerigma- de la cual
nace la Iglesia.
Es el Espíritu el que sopla sobre
nuestra humanidad pecadora, para
transformarnos y hacer de nosotros personas que aman y
perdonan a sus
hermanos.
Es el Espíritu Santo el que hace de la
comunidad cristiana no una simple
asociación de personas buenas y religiosas, sino el
Cuerpo Místico de Cristo, el
pueblo reunido en el amor de la Trinidad que canta en
alabanza las maravillas de
este amor de Dios en la historia.
Es el Espíritu el que nos impulsa en el
seguimiento cotidiano de Jesús,
infundiéndole a nuestra existencia una dimensión
siempre nueva de alegría, paz,
verdad, libertad y comunión. No es lo mismo vivir con
Él que sin Él.
Es el Espíritu Santo quien es la fuente
de la santidad de la Iglesia. Porque se
ha derramado el Espíritu, la Iglesia es santa, e
incluso podríamos decir que si
hay santos es porque el Espíritu continúa obrando hoy
como ayer.
Es el Espíritu el que con su presencia
sigue y seguirá haciendo posible la
realización del plan de salvación de Dios en la
humanidad, hasta que ella llegue
a su plenitud.
Es el Espíritu Santo el que hace
fructuoso todos nuestros esfuerzos en nuestra
peregrinación cristiana de cada día. El Espíritu Santo
nos precede en todo lo que
hacemos porque es en Él que Dios realiza toda su obra.
Su venida le da la luz y
el sabor de la presencia de Dios a todas las cosas.
¿Pero quién es este Espíritu Santo que
obra tantas cosas en nuestra vida?
El Espíritu Santo es el amor personal
del Padre y del Hijo, y amor quiere decir
vida, alegría, felicidad.
El Espíritu Santo es Dios mismo
vaciándose en el hombre y moviéndolo
internamente para que se abra amorosamente –a la
manera de Jesús- al
hermano y se arroje confiadamente en los brazos del
Abbá-Padre.
El mismo Dios que a lo largo de la historia les ha
dado muchas cosas a los
hombres, que les ha enviado personajes, incluso su
propio Hijo, ahora se da a sí
mismo de forma inaudita. Por eso decimos que es el don
“escatológico”
o
“definitivo” de Dios (aquí escatológico quiere decir:
“después de esto ya no hay
más”, “más de eso no hay”).
Es así como el irresistible amor de Dios entra en lo
más hondo de nuestras
vidas. Su presencia causa muchos efectos, porque como
nos enseña la Palabra
de Dios, el Espíritu Santo viene para
salvar, sanar, enseñar, exhortar, reforzar,
consolar...
Por eso hoy clamamos con entusiasmo, con todas
nuestras fuerzas: “¡Ven,
El Pentecostés lucano
Sumerjámonos hoy en este misterio guiados por la
Palabra, de manera que nos
impregnemos de él.
Los invitamos en este año a leer con mayor atención el
Pentecostés lucano
narrado en Hechos de los Apóstoles 2,1-11 (primera
lectura de la Solemnidad).
La “Lectio” de este pasaje nos ayudará a recrear la
atmsfera,
el estado de
ánimo de Pentecostés, porque es verdad que no puede
haber un estado de
ánimo mejor, una actitud más completa con la cual
podamos vivir la vida que ¡la
del Espíritu Santo!
Salido de la artística pluma lucana, notamos que el
relato de Pentecostés es un
drama bellísimo, un drama en el sentido original del
término, que es el de una
participación, de un fuerte movimiento interno cargado
de fuertes emociones
que le da un gran giro al escenario. ¡Qué intensidad
hay en cada palabra! Para
captarlo, entremos en la atmósfera espiritual de los
dos cuadros que lo
componen:
(1) Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu
(2,1-4)
(2) Fuera del cenáculo (2,5-11)
Pero comencemos por el contexto:
1. La comunidad reunida en un día de fiesta (Hechos
2,1)
“Al cumplirse el día de Pentecostés”
(2,1ª)
La palabra “Pentecostés” quiere decir
“el día número 50” o “el quincuagésimo
día”. Se trata
del nombre de una fiesta judía conocida como “Fiesta de las
Semanas”, más exactamente la de las “siete semanas”
que prolongaban la
celebración de la gran fiesta de la Pascua. Se sumaba
así una semana de
semanas (7x7), número perfecto que se celebraba al
siguiente del día 49.
En un principio se trataba de una fiesta campesina:
después de recoger las
primeras gavillas, los campesinos festejaban
agradecidos el fruto de la siega,
“las primicias de los trabajos, de lo sembrado
en el campo” (Éxodo
23,16). De ahí que se acostumbrara ofrecerle a Dios
dos panes con levadura
cocinados con granos de la primera gavilla (ver
Levítico 23,17).
Pero con el tiempo, la fiesta campesina se convirtió
en fiesta religiosa en la que
se celebraba el gran fruto de la Pascua: el don de la
Alianza en el Sinaí. Por esa
razn los israelitas ofrecían también en esta fecha “sacrificios de
comunión”
(Levítico 23,18-20).
La fiesta era tan grande que merecía el suspender
todos los trabajos: “No harás
ningún trabajo servil” (Números
28,26). Puesto que era una las tres fiestas de
peregrinación para los que vivían fuera de Jerusalén,
sumado al hecho de que
fuera día vacacional, se explica suficientemente el
que hubiera tanta gente en la
calle ese día en Jerusalén (ver Hechos 2,5-6).
Un detalle importante es que Lucas no se limita a
darnos un dato cronológico
sino que en su narración le da el énfasis de un “cumplimiento”, por
eso el texto
griego se puede leer como: “cuando se cumplió la
cincuentena” (2,1). Con
esto muestra que se trata del cumplimiento de una
promesa. En efecto, ya en
Lucas 24,49 y en Hechos 1,4-5.8 el terreno había sido
preparado con la palabra
profética sobre la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto el trasfondo de la fiesta
judía es retomado y notablemente superado por la
palabra y la obra de Jesús:
estamos ante la plenitud de la Pascua de Jesús.
En el Pentecostés cristiano, la gracia de la Pascua se
convierte en vida para cada
uno de nosotros por el poder del Espíritu Santo,
mediante una alianza
indestructible, porque está sellada en nuestro
interior.
“Estaban
reunidos todos en un mismo lugar” (2,1b)
La expresin “todos juntos” recalca la unidad de la comunidad
y es una
característica del discipulado en los Hechos de los
Apóstoles. Una frase parecida
la encontramos en 1,14.
Así se anuncia quiénes van a recibir el don del
Espíritu Santo. Se trata de la
comunidad que había sido recompuesta numéricamente
cuando se eligió al
apóstol Matías (1,26). Una comunidad cuyo número indica el pueblo de la
Alianza que aguarda las promesas definitivas de parte
de Dios. En ella no se
excluyen, puesto que estaban “todos”, la
Madre de Jesús y un grupo más
amplio de seguidores de Jesús.
Este “todos” anuncia también la expansión del don a todas las
personas que se
abren a él, como efectivamente lo irá narrando –a
partir de este primer día- el
libro de los Hechos de los Apóstoles.
Pero, ¿cómo recibieron el don del Espíritu y qué
hicieron enseguida? Veamos.
2. Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu
(Hechos 2,2-4)
Sucede la venida del Espíritu Santo sobre la
comunidad. Notemos en la narración
lucana:
(1) Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)
(2) La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu
Santo” (2,4a)
(3) La reacción de los destinatarios de la unción:
hablar en lenguas (2,4b)
Detengámonos en lo esencial de este anuncio que no
hace san Lucas.
(1) Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)
Así como cuando el cielo nos hace presentir que algo
va a pasar, sea una
tempestad u otra cosa, así sucede aquí: primero Dios
manda signos que atraen
la atención sobre lo que está a punto de suceder; este
preludio de su
manifestación da paso, luego, a la experiencia de su
maravillosa presencia.
En la manifestación de la venida del Espíritu Santo al
hombre, encontramos dos
signos que despiertan nuestra atención: uno para el
oído y otro para los ojos.
· Un signo para el oído: el viento (2,2)
Primero hay un viento, que es un signo para el oído,
un viento que se hace
sentir: “De repente vino del cielo un ruido como
el de una ráfaga de
viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se
encontraban”
(v.2).
El viento en la Biblia, está asociado al Espíritu
Santo: se trata del “Ruah” o
“soplo vital” de Dios. Ya el profeta Ezequiel había
profetizado que como culmen
de su obra Dios infundiría en el corazn del hombre “un
espíritu nuevo” (Ez
36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la muerte y
resurrección de Jesús, y
con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado,
el Reino de Dios ha sido
definitivamente inaugurado.
No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el
mismo Jesús, en la noche
del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la
comunidad reunida (ver el evangelio
de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”;
también Juan 3,8).
Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que
nos reenvía a la
poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando
selló la Alianza con el pueblo
y le entregó el don de la Ley (Éxodo 19,18; ver también Hebreos 12,19-20).
El
“ruido” se convertirá en “voz”
en el versículo 6. Éste es producido por
“una
ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos
aproxima a un “soplo”.
Observemos que se dice “como”, o sea,
que se trata de una comparación; el
término en el lenguaje bíblico nos indica lo
indescriptible que es la experiencia
religiosa.
El hecho que provenga “del cielo”,
quiere decir que se trata de una iniciativa de
Dios. El cielo
no se ha cerrado con el regreso de Jesús a él, todo lo contrario,
como dice Pedro más adelante: “Y exaltado por la
diestra de Dios, ha
recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha
derramado lo que
vosotros veis y oís” (Hechos
2,33).
· Un signo para la vista: el fuego (2,3)
Enseguida aparece un signo hecho para la vista: “Se
les aparecieron unas
lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron
sobre cada uno
de ellos” (v.3).
Las “lenguas como de fuego”, también de
origen divino, son un signo
elocuente. Lo mismo que el “viento”, en la Biblia el “fuego”
está asociado a las
manifestaciones poderosas de Dios (ver Éxodo 19,18) e
indica la presencia del
Espíritu de Dios.
No debería tomarnos por sorpresa. En este mismo
evangelio, ya san Juan
Bautista ya nos había familiarizado con el signo: “El
os bautizará en Espíritu
Santo y fuego” (3,16). Por su parte Jesús había
dicho: “He venido a traer
fuego a la tierra y cuánto deseo que arda” (13,49).
Así como en el signo visual que el evangelista
presentó en la escena del
Bautismo de Jesús (“baj sobre él el Espíritu Santo en forma
corporal, como una
paloma”, Lucas 3,22), lo mismo sucede aquí pero con la
imagen del “fuego” que
se “posa sobre cada uno de ellos”. Pero
a diferencia de la misteriosa imagen
de la paloma, la imagen del fuego es coherente y más
fácilmente comprensible
dentro de lo que está narrando.
La forma de “lengua” atribuida al fuego sirve para
describir la distribución del
mismo fuego sobre todos, pero crea un bello juego de
palabras con el término
“lengua” que asocia las “lenguas como de fuego”
(v.3) del Espíritu con el
“hablar en otras lenguas” (v.4) por
parte de los apóstoles.
Se cumple la profecía de Juan Bautista sobre el
bautismo en Espíritu Santo y
fuego (ver Lucas 3,16).
(2) La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu
Santo” (2,4a)
Después de los signos iniciales, de referente externo,
Lucas nos invita a entrar
en la experiencia interna y así captar el significado:
¿Qué es lo que está pasando
en el corazón de los discípulos? ¿Cuál es la acción
interior del Espíritu Santo?
Después de los signos emerge la realidad, una realidad
que se describe con sólo
una línea: “Y todos
quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,4ª).
Este es sin duda, el acontecimiento más importante de
la historia de la
salvación, junto con la creación, la encarnación, el
misterio pascual y la segunda
venida de Cristo.
¡Y está descrito solamente en una línea! (dan ganas de
ponerse de rodillas).
Decir que los discípulos “quedaron llenos”
del Espíritu Santo, que el mismo
Dios los llenó de Espíritu Santo, es como decir, para
explicarnos con un ejemplo,
como un gran embalse de agua –de esos que se utilizan
para generar energía-
que de repente se convirtiera en una inmensa catarata
que se vacía a través un
dique y entonces toda esa enorme masa de agua, que es
la vida trinitaria, se
vaciara en los pequeños recipientes de los corazones
de cada uno de los
apóstoles.
“Quedaron llenos”. Después de purificar
a los hombres por la cruz de su Hijo,
de prepararlos como odres nuevos, Dios los hace
partícipes de su misma Vida. El
corazón de los discípulos ha sido hecho partícipe, por
así decir, como un vaso
comunicante, de la vida trinitaria. Por el don de su
Espíritu, Dios infunde su
amor en cada criatura y la recrea con su luz.
“Quedaron llenos”. Los discípulos
hicieron la experiencia de ser amados por
Dios, una experiencia verdaderamente transformante,
puesto que sana a fondo
todas las fisuras que permanecen en el corazón por los
dolores de la vida, por
las carencias, y le da a la vida un nuevo impulso, una
nueva proyección.
“Quedaron llenos”. La palabra que
repetimos con tanta frecuencia, “el amor de
Dios”, que muchas veces es una palabra vacía, aquél
día fue para los apstoles
una gran realidad. Les cambió la vida. Les dio un
corazón nuevo, el corazón
nuevo prometido por Jeremías (31,33) y por Ezequiel
(36,26). Y, como veremos
enseguida, se nota que desde ese momento, los
apóstoles comenzaron a ser
otras personas.
(3) La reacción de los destinatarios de la unción:
hablar en lenguas
(2,4b)
El “viento” se convierte en “soplo” santo que inunda a
todos los que están en el
cenáculo y las “lenguas como de fuego” sobre cada uno
se convierten en nuevas
“lenguas”, en una capacidad nueva de expresin. Aquí se nota el primer cambio
en la vida de los discípulos de Jesús.
El Espíritu Santo, el soplo vital de Dios, lleva a
hablar otras lenguas: “Y se
pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu
les concedía
expresarse” (2,4b).
El término “otras” (lenguas) es
importante aquí para que lo distingamos del
hablar incomprensible (la oracin en lenguas o
“glosolalia”), la cual necesita de
un intérprete (de esto habla Pablo en 1ªCorintios
12,10). Lo que sucede aquí
parece más próximo a lo que el mismo Pablo dice en
1ªCorintios 14,21, citando
a Isaías 28,11-12, y está relacionado con la
predicación cristiana a los no
convertidos. En otras palabras, lo que el Espíritu
Santo pone en boca de los
discípulos es el “kerigma” (ver el evangelio del domingo pasado), el cual
recoge
“las maravillas de Dios” (2,11)
realizadas a través de Jesús de Nazareth,
particularmente su muerte y resurrección.
Pero esta capacidad de comunicarse irá más allá: se
convertirá poco a poco en el
lenguaje de un amor que se la juega toda por los
otros, que ora incesantemente,
que perdona y se pone al servicio de todos. No hay que perder de vista que el
don del Espíritu es del amor de Dios.
Lo que aquí comienza como “lengua” o “comunicacin”, terminará generando
el
mayor espacio de comunicación profunda que hay: la
comunidad cristiana. Su
motor es el amor. Es como si el Espíritu continuamente
nos dijera al oído: “en
todo pon amor”, “lleva siempre amor en tu corazn”, “si corriges, pon
amor; si
la dejas pasar, pon amor; si callas, pon amor”.
3. Fuera del cenáculo (Hechos 2,5-11)
La segunda escena ocurre en la plaza frente al
cenáculo. Allí vemos como el
corazón nuevo de los apóstoles se expresa
concretamente en la vida.
(1) La gente estaba estupefacta (2,5-6)
Todos quedaron fuertemente admirados. Los efectos de
la venida del Espíritu
son los mimos que se daban cuando Jesús entraba
poderosamente en la vida de
las personas; por ejemplo, cuando manifestó sobre el
lago su potencia divina, se
dice que quienes lo vieron quedaron estupefactos (ver
Lucas 8,25). Aquí se dice
lo mismo con relación a la manifestación del Espíritu Santo: “la gente se
congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada
uno en su propia
lengua. (Estaban) estupefactos y admirados...”.
(2) La congregación de todos los pueblos (2,7-11)
Confrontando los humildes galileos con la multitud
internacional y pluricultural
que se congrega frente al cenáculo, Lucas sigue el
relato haciendo la lista de las
naciones (ver 2,7-11ª). La enumeración sigue círculos
concéntricos.
La lista termina diciendo, “todos les oímos
hablar en nuestra lengua las
maravillas de Dios” (2,11b). Así
aparece otro elemento importante del
mensaje de Pentecostés.
Teniendo presente el relato la torre de Babel (ver
Génesis 11,1-9), Lucas nos
muestra una gran transformación operada por la venida
del Espíritu Santo.
En Babel se confunden las lenguas: hay caos
lingüístico que representa cómo
cuando cada persona se apega a su propio proyecto y no
es capaz de abrirse al
de los demás, nunca es posible construir un proyecto
comunitario. Babel,
entonces, es caos ideológico, reflejo del caos
sicológico puede darse dentro de
uno: conflicto de proyectos, deseos contradictorios
que emergen continuamente.
Babel se repite todos los días: se comienza hablando
una misma lengua, se
diseñan proyectos comunes, pero de repente aparecen
los intereses personales
que mandan todas las alianzas al piso, que rompen en
definitiva las relaciones.
Pero en Pentecostés todos son capaces de comprenderse:
todos hablan diversas
lenguas (y por eso esa larga lista de pueblos), pero
llega un momento en que
todos se entiende, como si estuvieran hablando una
misma lengua. Esta lengua
es la del amor, cuya máxima expresión es el amor de Dios: “las maravillas
de
Dios”.
(3) La honra al nombre de Dios (2,11b)
Retomemos la frase final: “Todos les oímos
hablar en nuestra lengua las
maravillas de Dios” (2,11b).
Recordemos que en Babel la torre allí mencionada en
realidad era un templo en
forma de pirámide sacra, por lo tanto se trataba de
una experiencia religiosa. ¿A
qué se alude?
Se alude a un problema que puede surgir de una experiencia
religiosa mal llevada. El mismo texto lo dice: “Hagámonos
un nombre para
que no nos dispersemos sobre la faz de la tierra” (Génesis
11,4; la Biblia
de Jerusalén traduce: “hagámonos famosos”). Aquí el
pecado no está en el
hecho de honrar a la divinidad con un templo sino
querer “hacerse un
nombre”, es decir, el querer ser adorados ellos mismo y no Dios.
Esto sucede a
veces, es lo podemos llamar la “instrumentalización” de Dios. Se dice que
se
trabaja por Dios pero en el fondo podría estarse
buscando otra cosa: “hacerse
un nombre”.
En Pentecostés es distinto: los apóstoles no trabajan
para sí mismos, no quieren
hacerse un nombre, sino darle honra al nombre de Dios,
esto es, proclamar las
grandes maravillas de Dios: “Todos les oímos
hablar en nuestra lengua las
maravillas de Dios” (v.11).
Cuando en el mundo de las relaciones cada uno trata de
hacerse un nombre, se
crean polos, tantos polos cuantas sean las personas
que están centradas en sí
mismas. Babel
es la guerra de los egoísmos, en cambio Pentecostés es la
formación de la comunidad en la comunión de
diversidades cuyo centro es Dios.
Los mismos discípulos que antes de la Cruz de Jesús
discutían quién era el
mayor, viven ahora una conversión radical que es como
la revolución
copernicana: se han descentrado de sí mismos –están
llenos de amor- y se han
centrado en Dios.
Todo está orientado hacia la gloria de Dios, hacia la
alabanza de Dios y es en Él
en quien convergemos todos, poniendo nuestros mejores
esfuerzos en ayudar a
construir su proyecto creador en el mundo.
Esta es la conversión que nos aguarda a todos. Lo que
sucedió el día de
Pentecostés fue apenas la inauguración; el evento nos
sigue envolviendo a todos
los que los que lo aguardamos con el corazón ardiendo
por la escucha de la
Palabra de Dios y la oración.
Así, en cada uno de sus miembros, la Iglesia adquiere
todos los días un rostro
nuevo, reflejo del amor de Dios.
Entremos en este camino, haciendo nuestra esta bella
oración:
“Ven, oh Espíritu Santo,
y danos un corazón grande, abierto a tu silenciosa y
potente palabra
inspiradora;
(un corazón) hermético ante cualquier ambición
mezquina;
un corazón grande para amar a todos, para servir a
todos, para sufrir con
todos;
un corazón grande, fuerte para resistir en cualquier
tentación, cualquier
prueba, cualquier desilusión, cualquier ofensa;
un corazón feliz de poder palpitar al ritmo del
corazón de Cristo y cumplir
humildemente, fielmente, virilmente, la divina
voluntad”
(Pablo VI, el 17 de mayo de 1970).
Lo que viene es grande, porque Pentecostés es fiesta
de la esperanza: la
esperanza de que la humanidad entera –comenzando por
quien tenemos cerca-
pueda ser invadida por el Espíritu Santo en la alegría
del don de sí mismo, así
como el Cristo pascual.
Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del
corazón
En una reunión ecuménica en Upsala, el patriarca
metropolitano oriental dijo
estas palabras: “Sin el Espíritu Santo, Dios es
lejano. El Evangelio es letra
muerta. La autoridad de la Iglesia es una dominación.
La liturgia es pura
evocación. El actuar de los cristianos es una moral de
esclavos. Pero
cuando el Espíritu Dios está presente, el Evangelio es
Espíritu y Vida, la
autoridad de la Iglesia es servicio, la liturgia es
conmemoración y
anticipación de lo esperado, y el actuar cristiano es
deificado”.
1. ¿Quién es el Espíritu Santo? ¿Qué obra de
particular en nosotros el Espíritu
Santo?
2. ¿De dónde viene la palabra “Pentecostés”? ¿Qué era para el
pueblo de Israel?
3. ¿Qué me dicen los signos del “viento” y del “fuego”?
4. ¿Me siento “lleno” del Espíritu Santo? ¿Cómo se sabe que una
persona está
“llena” de Espíritu Santo? ¿Qué sucede dentro de ella
y cómo se
nota fuera?
5. ¿Qué conversión me lleva a vivir el bautismo en el
Espíritu Santo? ¿Qué voy a
hacer en el Pentecostés de este año para avanzar más
en este camino por el
cual me conduce el Espíritu Santo de Dios?
6. ¿Qué efectos tiene Pentecostés tanto a nivel
comunitario (del grupo, la
pequeña comunidad, la parroquia) como a nivel de la
sociedad?
7. ¿Por qué decimos que la Iglesia nació en
Pentecostés? ¿Qué caracteriza
profundamente la vida de la Iglesia?