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16 ago 2014

MINUTO DOMINICAL


          Domingo 20º Ordinario  - 17 de agosto 2014- Mt 15, 22-33
                                 “Las Migajas de dios”

         Jesús partió del lago y se retiró al país de Tiro y Sidón. Son las tierras “al otro lado del Lago”. Las tierras  de los paganos. Los no  judíos. Los que no tenían por dios el Dios de Israel. Ir allá es ir a un mundo incomprensible para los judíos. Es para ellos terreno “sin Dios”. A Jesús  no le preocupa esa frontera y cruza el lago, pasa al otro lado del Jordán y se interna en esta  “tierra sin Dios”, sin el Dios de Israel. Y allí está la gente que no cree en el Señor Dios de Israel. Entre ellos una mujer cananea, que procedía de es región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten compasión de m픡 No es judía. Es mujer. Se atreve a dirigirse al Maestro en público, a  la vista de Todos. El Maestro guarda silencio. Pero Él no le respondió nada. Jesús, el Maestro se calla, Dios se calla. ¿Es por ser extranjera? ¿No tiene el culto verdadero y por eso Dios no le responde? ¿Calla Dios, hoy, en nuestra historia, frente a los problemas de hombres de mujeres, nuestros problemas, en estos tiempos? ¿Habla pero no se siente su voz y no lo escuchamos, o no queremos escucharlo?. Pero Él no le respondió nada.
         Hasta la gente comienza a impacientarse porque el Maestro no responde y la mujer sigue detrás gritando: ¡Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio¡. … Pero Él no le respondió nada. Los discípulos comienzan a comentar la situación: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”. Está claro que está  molestando e incomodando a todos. La respuesta de Jesús sigue  los cánones o normas judía: Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas de Israel. ¡Este rabí es como todos los demás que solo dan cabida  a los fieles cumplidores de la  Ley judía¡. Pareciera que ahí queda todo. ¡Esta mujer deberá irse y el Maestro no la escuchará porque no es judía¡
         Pero esta mujer tiene fe en el Maestro e insiste en su ruego, sabedora de que no es judía y que no tendría, según las normas vigentes, ningún derecho. ¡Hay alguien, alguna persona, que no tenga derecho a que Dios la escuche¡. E insiste: ¡Señor, socórreme¡ Los argumentos del Maestro parecen excluyentes: “No está bien tomar el pan de los hijos y tirárselo a los cachorros”. ¡Es un cachorrito , para Dios esta pobre mujer y su familia¡ ¡No merece el Pan de Dios¡ La mujer busca un argumento para responder al Maestro y sus palabras están llenas de confianza y esperanza: “Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños”. Su humildad y sus fe se expresan con humildad dando un final excepcional al pequeño relato del Maestro: ¡Trátame como a un perrito de tu casa y dame la migajas de tu Pan, de tu Mesa”.
         El Maestro ha sido cautivado, convencido por la disposición de esta mujer. ¡Podrá negarle lo que el pide.  ¡Mujer, que grande es tu fe. Que se cumpla tu deseo¡. Y la  migajas  de Dios logradas por la fe de esta mujer se hicieron pan abundante en la sanación de su hija¡. Las migajas de Dios llenan nuestra hambre  cuando son pedidas con fe. Saludos. 
        
        


P.  Esteban Merino G. sdb.