Domingo
20º Ordinario - 17 de agosto 2014- Mt 15,
22-33
“Las
Migajas de dios”
Jesús
partió del lago y se retiró al país de Tiro y Sidón. Son las tierras “al
otro lado del Lago”. Las tierras de los
paganos. Los no judíos. Los que no tenían
por dios el Dios de Israel. Ir allá es ir a un mundo incomprensible para los
judíos. Es para ellos terreno “sin Dios”. A Jesús no le preocupa esa frontera y cruza el lago,
pasa al otro lado del Jordán y se interna en esta “tierra sin Dios”, sin el Dios de Israel. Y
allí está la gente que no cree en el Señor Dios de Israel. Entre ellos una
mujer cananea, que procedía de es región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de
David, ten compasión de m픡 No es judía. Es mujer. Se atreve a dirigirse
al Maestro en público, a la vista de
Todos. El Maestro guarda silencio. Pero Él no le respondió nada. Jesús,
el Maestro se calla, Dios se calla. ¿Es por ser extranjera? ¿No tiene el culto
verdadero y por eso Dios no le responde? ¿Calla Dios, hoy, en nuestra historia,
frente a los problemas de hombres de mujeres, nuestros problemas, en estos
tiempos? ¿Habla pero no se siente su voz y no lo escuchamos, o no queremos
escucharlo?. Pero Él no le respondió nada.
Hasta la gente comienza a impacientarse porque el
Maestro no responde y la mujer sigue detrás gritando: ¡Mi hija está
terriblemente atormentada por un demonio¡. … Pero Él no le respondió nada. Los
discípulos comienzan a comentar la situación: “Señor, atiéndela, porque nos
persigue con sus gritos”. Está claro que está molestando e incomodando a todos. La
respuesta de Jesús sigue los cánones o
normas judía: Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas de Israel. ¡Este rabí es como todos los demás que
solo dan cabida a los fieles cumplidores
de la Ley judía¡. Pareciera que ahí
queda todo. ¡Esta mujer deberá irse y el Maestro no la escuchará porque no es
judía¡
Pero
esta mujer tiene fe en el Maestro e insiste en su ruego, sabedora de que no es
judía y que no tendría, según las normas vigentes, ningún derecho. ¡Hay
alguien, alguna persona, que no tenga derecho a que Dios la escuche¡. E
insiste: ¡Señor, socórreme¡ Los
argumentos del Maestro parecen excluyentes: “No está bien tomar el pan de
los hijos y tirárselo a los cachorros”. ¡Es un cachorrito , para Dios esta
pobre mujer y su familia¡ ¡No merece el Pan de Dios¡ La mujer busca un
argumento para responder al Maestro y sus palabras están llenas de confianza y
esperanza: “Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de
la mesa de sus dueños”. Su humildad y sus fe se expresan con humildad dando
un final excepcional al pequeño relato del Maestro: ¡Trátame como a un perrito
de tu casa y dame la migajas de tu Pan, de tu Mesa”.
El Maestro ha sido cautivado, convencido por la disposición
de esta mujer. ¡Podrá negarle lo que el pide.
¡Mujer, que grande es tu fe. Que se cumpla tu deseo¡. Y la migajas
de Dios logradas por la fe de esta mujer se hicieron pan abundante en la
sanación de su hija¡. Las migajas de Dios llenan nuestra hambre cuando son pedidas con fe. Saludos.
P. Esteban
Merino G. sdb.