
“Nuevo aliento”
31 de Mayo de 2009. Domingo de Pentecostés - Ciclo Anual “B”
Evangelio de San Juan 20, 19-23
La actividad pastoral había sido un rotundo fracaso aunque se había preparado con mucha antelación y esfuerzo. El eco y respuesta esperada en los destinatarios y fieles había sido mínima. La caminata misionera fue larga. Al llegar a la comunidad estábamos cansados, agotados, sin aliento, des-alentados. La subida del cerro y la experiencia vivida nos había agotado. Estábamos sin aire, sin respiración, sin ánimo, con el alma cansada, sin fuego ni esperanza interior, sin respiración espiritual, inermes, agotados, ahogados, vacíos, casi muertos. Callados, encerrados, como los discípulos de Jesús después de su Resurrección en el Evangelio de este Domingo, encerrados en nosotros mismos, llenos de temores, mirábamos de reojo a nuestro alrededor a los vecinos, pobladores, habitantes de nuestro entorno que nos producían temor y rechazo; no nos habían escuchado, pasábamos ante ellos en nuestra presencia y acciones cristianas y misioneras y ellos seguían indiferentes. No les impacta; no los cuestiona; no los conmueve; no los sorprende; alguna sonrisa desdeñosa y disimulada con una crítica liviana: estos están locos; mira lo que hacen por la calle, pareciera que ya de mañana hubieran tomado; y nos hacen pensar en la respuesta de San Pedro a sus conciudadanos de Jerusalén en Pentecostés: ‘estos no están borrachos como ustedes creen, pues apenas son las nueve de la mañana’.
El encuentro de evaluación comunitaria fue duro ante la experiencia desalentadora. La conclusión que parecía más evidente era la que señalaba que el esfuerzo había sido muy elevado para tan poca eficacia y respuesta tan nimia. ¡Que nos pasa¡ ¡Por que no hay respuesta¡ ¡Por que no impactamos, tocamos las vidas de la gente, suscitamos eco¡ ¡Por que el desánimo, el cansancio, la desilusión¡
Era el primer día de la Semana. Era Domingo. En medio de estos pensamientos pesimistas y desalentadores, Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: paz a ustedes. De verdad que necesitamos la paz. De verdad que necesitamos tu ánimo, Señor, y tu fuerza de resucitado. De verdad que nos sentimos muchas veces, cansados, agotados, aislados en un mundo que parece que tiene unas miradas e intereses diferentes de los nuestros; que sentimos que nos ignora; que nos empuja a llevar nuestra fe a lo individual y privado, y a no osar expresarla pública y convencidamente. Pero el nos repitió su saludo: La paz este con ustedes. Sólo con escucharlo pacificó nuestro espíritu. Y el gesto que hizo a continuación nos sorprendió, y nos hizo arder por dentro, caldeando nuestro espíritu, haciendo brotar nueva llama de las ascuas adormecidas de la fe. Al decirle esto sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo”. Y dirigió sus aliento vital, su aliento de vida, hacia nosotros. Su soplo: aliento, “Ruah”: soplo de Dios en el AT; pneuma o nuevo aire de Dios para san Pablo y los apóstoles; lo sentimos en nuestros pulmones, en nuestro ánimo, en nuestra ánima, en el alma. La experiencia decepcionante vivida parecía superada porque Él estaba con nosotros y su aliento y fuego de esperanza, nos había invadido y reanimado.
Pero, la reunión se acaba. Hay que salir de nuevo al mundo. La sociedad sigue estando ahí y es la misma. La que nos mira de reojo o pasa indiferente. Y somos pocos (¡menos que en los Hechos de los Apóstoles¡). La población que teme al aliento o respiración de otro porque puede contagiarme la fiebre. La que busca su aliento, alimento y esperanza en otros pozos y manantiales. También la que busca nuevos sentidos y alientos de vida. La que espera grandes respuestas de salvación y vida nueva. La que busca valores nuevos porque su alma pierde sus fuerza vitales.
Sopló sobre ellos. Y un nuevo eco de su mensaje resonó en su espíritu. El cansancio ya no era tanto. No estaban solos. La frustración e indiferencia social tampoco. La caminata de la fe fue no era ya tan larga. En la Comunidad estábamos cansados, pero el Espíritu estaba con nosotros. Cansados, agotados, sin aliento físico, pero no desalentados. El nuevo aire no era nuestro sino el Soplo del Espíritu del Maestro. El nuevo aliento, nuevo fuego, reanimaba la falta de aire, de respiración, de ánimo, y revivía el alma cansada, sin fuego y sin esperanza interior, sin respiración espiritual; con el Pentecostés en mi Comunidad los inermes, agotados, ahogados, vacíos, casi muertos, recobramos nueva esperanza, nuevo aliento, nuevo Espíritu. ‘Y Pedro se puso de pie junto con los otros apóstoles y con voz fuerte dijo: Hombres el siglo XXI , Cristo Jesús, que fue crucificado y muerto, ¡VIVE¡ ¡NOSOTROS SOMOS TESTIGOS¡. ¡Y COMENZAMOS CON NUEVO ALIENTO¡ Saludos.
P. Esteban Merino Gómez, sdb
31 de Mayo de 2009. Domingo de Pentecostés - Ciclo Anual “B”
Evangelio de San Juan 20, 19-23
La actividad pastoral había sido un rotundo fracaso aunque se había preparado con mucha antelación y esfuerzo. El eco y respuesta esperada en los destinatarios y fieles había sido mínima. La caminata misionera fue larga. Al llegar a la comunidad estábamos cansados, agotados, sin aliento, des-alentados. La subida del cerro y la experiencia vivida nos había agotado. Estábamos sin aire, sin respiración, sin ánimo, con el alma cansada, sin fuego ni esperanza interior, sin respiración espiritual, inermes, agotados, ahogados, vacíos, casi muertos. Callados, encerrados, como los discípulos de Jesús después de su Resurrección en el Evangelio de este Domingo, encerrados en nosotros mismos, llenos de temores, mirábamos de reojo a nuestro alrededor a los vecinos, pobladores, habitantes de nuestro entorno que nos producían temor y rechazo; no nos habían escuchado, pasábamos ante ellos en nuestra presencia y acciones cristianas y misioneras y ellos seguían indiferentes. No les impacta; no los cuestiona; no los conmueve; no los sorprende; alguna sonrisa desdeñosa y disimulada con una crítica liviana: estos están locos; mira lo que hacen por la calle, pareciera que ya de mañana hubieran tomado; y nos hacen pensar en la respuesta de San Pedro a sus conciudadanos de Jerusalén en Pentecostés: ‘estos no están borrachos como ustedes creen, pues apenas son las nueve de la mañana’.
El encuentro de evaluación comunitaria fue duro ante la experiencia desalentadora. La conclusión que parecía más evidente era la que señalaba que el esfuerzo había sido muy elevado para tan poca eficacia y respuesta tan nimia. ¡Que nos pasa¡ ¡Por que no hay respuesta¡ ¡Por que no impactamos, tocamos las vidas de la gente, suscitamos eco¡ ¡Por que el desánimo, el cansancio, la desilusión¡
Era el primer día de la Semana. Era Domingo. En medio de estos pensamientos pesimistas y desalentadores, Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: paz a ustedes. De verdad que necesitamos la paz. De verdad que necesitamos tu ánimo, Señor, y tu fuerza de resucitado. De verdad que nos sentimos muchas veces, cansados, agotados, aislados en un mundo que parece que tiene unas miradas e intereses diferentes de los nuestros; que sentimos que nos ignora; que nos empuja a llevar nuestra fe a lo individual y privado, y a no osar expresarla pública y convencidamente. Pero el nos repitió su saludo: La paz este con ustedes. Sólo con escucharlo pacificó nuestro espíritu. Y el gesto que hizo a continuación nos sorprendió, y nos hizo arder por dentro, caldeando nuestro espíritu, haciendo brotar nueva llama de las ascuas adormecidas de la fe. Al decirle esto sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo”. Y dirigió sus aliento vital, su aliento de vida, hacia nosotros. Su soplo: aliento, “Ruah”: soplo de Dios en el AT; pneuma o nuevo aire de Dios para san Pablo y los apóstoles; lo sentimos en nuestros pulmones, en nuestro ánimo, en nuestra ánima, en el alma. La experiencia decepcionante vivida parecía superada porque Él estaba con nosotros y su aliento y fuego de esperanza, nos había invadido y reanimado.
Pero, la reunión se acaba. Hay que salir de nuevo al mundo. La sociedad sigue estando ahí y es la misma. La que nos mira de reojo o pasa indiferente. Y somos pocos (¡menos que en los Hechos de los Apóstoles¡). La población que teme al aliento o respiración de otro porque puede contagiarme la fiebre. La que busca su aliento, alimento y esperanza en otros pozos y manantiales. También la que busca nuevos sentidos y alientos de vida. La que espera grandes respuestas de salvación y vida nueva. La que busca valores nuevos porque su alma pierde sus fuerza vitales.
Sopló sobre ellos. Y un nuevo eco de su mensaje resonó en su espíritu. El cansancio ya no era tanto. No estaban solos. La frustración e indiferencia social tampoco. La caminata de la fe fue no era ya tan larga. En la Comunidad estábamos cansados, pero el Espíritu estaba con nosotros. Cansados, agotados, sin aliento físico, pero no desalentados. El nuevo aire no era nuestro sino el Soplo del Espíritu del Maestro. El nuevo aliento, nuevo fuego, reanimaba la falta de aire, de respiración, de ánimo, y revivía el alma cansada, sin fuego y sin esperanza interior, sin respiración espiritual; con el Pentecostés en mi Comunidad los inermes, agotados, ahogados, vacíos, casi muertos, recobramos nueva esperanza, nuevo aliento, nuevo Espíritu. ‘Y Pedro se puso de pie junto con los otros apóstoles y con voz fuerte dijo: Hombres el siglo XXI , Cristo Jesús, que fue crucificado y muerto, ¡VIVE¡ ¡NOSOTROS SOMOS TESTIGOS¡. ¡Y COMENZAMOS CON NUEVO ALIENTO¡ Saludos.
P. Esteban Merino Gómez, sdb