
“Miedos y Resurrección”
26 de Abril de 2009. Domingo 3º de Pascua - Ciclo Anual “B”
Evangelio de San Lucas 24, 35-48
La pareja se está reponiendo lentamente de la pérdida de un ser querido. Van caminando despacio de vuelta a su pueblo y comentando cómo podrán rehacer sus vidas después del duro golpe. Perder a una persona querida, a un familiar, causa muerte no sólo en quien se nos fue, sino también en todos quienes nos quedamos acá y que morimos, un poco, también con él o con ella. Habían vuelto a Emaús después de vivir ese fin de semana. Era el Día Domingo, pasada la Pascua había que volver a lo cotidiano, a las tareas de cada jornada. Su camino de vuelta, mientras ya oscurece, es sorprendido por un peregrino que va en su misma dirección hacia Emaús. Comienza la conversa. Salen a colación las noticias recientes: ¡No lo sabías¡ ¡Ha muerto¡ ¡Era un profeta¡. Salen sus miedos y temores: ¡Pensábamos que…¡ ¡Ya hace tres días que lo mataron…¡ ¡Algunos dicen que lo han visto pero...¡ Siguieron hablando. No podían dejar al peregrino sólo en el descampado mientras oscurecía. Lo invitamos a nuestra casa. Y Sucedió lo impensado. Y corriendo desandaron el camino y volvieron a Jerusalén.
Los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Entre algunos comienza a comentarse que lo han visto, que se ha aparecido, que las mujeres han ido al sepulcro y estaba vacío, que se le apareció a Pedro. Cada uno comenta lo vivido y casi se atropellan al hablar levantando las voces. Suena fuerte en la sala un saludo:!La paz esté con ustedes! La posibilidad, la realidad, de que haya resucitado es aun incomprensible. Están atónitos. Domina en ellos el miedo, la turbación, el asombro, el temor. Es la etapa de la relación con Jesús centrada en el temor. Todavía la resurrección no se ha convertido en fuerza, valentía, parresía, convicción, fuerza de testimonio y de martirio. Los miedos son los que vencen, tendrán que convencerse y verificar con más profundidad.
El argumento de Jesús los lleva a verificar con sus ojos, con sus manos, con el signo tan humano y familiar de compartir con ellos la comida, un pescado. Un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo. Convencerse que alguien a quien he visto muerto tres días atrás, está vivo, no es fácil. Este convencimiento y seguridad se irá logrando de a poco, cuando uno tras otro vaya testimoniando cómo, cuándo, dónde lo ha visto y cómo lo ha reconocido. Pero van cambiando. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. No por dudar de los hechos, ni de lo que veían, sino porque era demasiado excepcional como para pensar en ello como posible. Hasta la resurrección se hace catequesis. Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender la Escrituras. Los miedos comienzan a quedar atrás. Surge la alegría, la admiración, la seguridad, la paz que les da en el saludo, la certeza. Y comienzan caminar de nuevo. Salen de su encierro. Ya no tienen miedo a los judíos, ni a ser detenidos como el maestro, no temen al fracaso. Comienzan una nueva andada. El resucitado no es, no puede ser, un fracasado. Ninguna cosa que pueda pasarle puede borrar su resurrección. Parten para las naciones y pueblos. En su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. La Buena Nueva, el Kerigma de la resurrección se expande. Un resucitado jamás será un fracasado. La resurrección vence el fracaso. Saludos.
P. Esteban Merino Gómez, sdb.
26 de Abril de 2009. Domingo 3º de Pascua - Ciclo Anual “B”
Evangelio de San Lucas 24, 35-48
La pareja se está reponiendo lentamente de la pérdida de un ser querido. Van caminando despacio de vuelta a su pueblo y comentando cómo podrán rehacer sus vidas después del duro golpe. Perder a una persona querida, a un familiar, causa muerte no sólo en quien se nos fue, sino también en todos quienes nos quedamos acá y que morimos, un poco, también con él o con ella. Habían vuelto a Emaús después de vivir ese fin de semana. Era el Día Domingo, pasada la Pascua había que volver a lo cotidiano, a las tareas de cada jornada. Su camino de vuelta, mientras ya oscurece, es sorprendido por un peregrino que va en su misma dirección hacia Emaús. Comienza la conversa. Salen a colación las noticias recientes: ¡No lo sabías¡ ¡Ha muerto¡ ¡Era un profeta¡. Salen sus miedos y temores: ¡Pensábamos que…¡ ¡Ya hace tres días que lo mataron…¡ ¡Algunos dicen que lo han visto pero...¡ Siguieron hablando. No podían dejar al peregrino sólo en el descampado mientras oscurecía. Lo invitamos a nuestra casa. Y Sucedió lo impensado. Y corriendo desandaron el camino y volvieron a Jerusalén.
Los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Entre algunos comienza a comentarse que lo han visto, que se ha aparecido, que las mujeres han ido al sepulcro y estaba vacío, que se le apareció a Pedro. Cada uno comenta lo vivido y casi se atropellan al hablar levantando las voces. Suena fuerte en la sala un saludo:!La paz esté con ustedes! La posibilidad, la realidad, de que haya resucitado es aun incomprensible. Están atónitos. Domina en ellos el miedo, la turbación, el asombro, el temor. Es la etapa de la relación con Jesús centrada en el temor. Todavía la resurrección no se ha convertido en fuerza, valentía, parresía, convicción, fuerza de testimonio y de martirio. Los miedos son los que vencen, tendrán que convencerse y verificar con más profundidad.
El argumento de Jesús los lleva a verificar con sus ojos, con sus manos, con el signo tan humano y familiar de compartir con ellos la comida, un pescado. Un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo. Convencerse que alguien a quien he visto muerto tres días atrás, está vivo, no es fácil. Este convencimiento y seguridad se irá logrando de a poco, cuando uno tras otro vaya testimoniando cómo, cuándo, dónde lo ha visto y cómo lo ha reconocido. Pero van cambiando. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. No por dudar de los hechos, ni de lo que veían, sino porque era demasiado excepcional como para pensar en ello como posible. Hasta la resurrección se hace catequesis. Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender la Escrituras. Los miedos comienzan a quedar atrás. Surge la alegría, la admiración, la seguridad, la paz que les da en el saludo, la certeza. Y comienzan caminar de nuevo. Salen de su encierro. Ya no tienen miedo a los judíos, ni a ser detenidos como el maestro, no temen al fracaso. Comienzan una nueva andada. El resucitado no es, no puede ser, un fracasado. Ninguna cosa que pueda pasarle puede borrar su resurrección. Parten para las naciones y pueblos. En su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. La Buena Nueva, el Kerigma de la resurrección se expande. Un resucitado jamás será un fracasado. La resurrección vence el fracaso. Saludos.
P. Esteban Merino Gómez, sdb.