MINUTO
DOMINICAL
“¡Queremos ver a Jesús¡”
22 de Marzo
de 2015. Quinto Domingo de Cuaresma. Ciclo “C” - Evangelio de San Juan 12, 20-33
Se acercan los días de la Pascua. El Maestro con sus discípulos han
subido a Jerusalén. Mucha gente está participando de las fiestas. La gente
quiere ver a Jesús y se lo dicen a Felipe y Andrés: «Señor, queremos ver a Jesús.» Estos griegos,
posiblemente no pertenecían a la fe judía, quieren ver, conocer, encontrarse
con el Maestro. Es loable su interés y es absolutamente indispensable que todo
discípulo nos encontremos con Él y tengamos esta posibilidad personal de
encuentro, de estar un tiempo con Él y
luego compartirlo y testimoniarlo. Queremos ver a Jesús. ¿Quiere la gente ver, hoy
día, a Jesús? ¿Lo busca? ¿Quiere encontrarlo? En el corazón de muchos creo que
existe esta esperanza. Tal vez muchos no preguntan ni se acercan como estos
griegos. Tal vez otros muchos quieren ver a Jesús pero critican a su comunidad,
a la Iglesia, a quienes, como Felipe y Andrés, deberíamos ser los
intermediarios o facilitadores para que se acerquen al Maestro. Tal vez
critican nuestras actitudes o divisiones y no se acercan por ello. Tal vez los
pastores, los fieles, los laicos, los religiosos, los jóvenes, los niños, los
adultos católicos, alejamos e impedimos este acercamiento.
Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. Ha llegado la hora.
En nuestro tiempo es la hora de que nuestra fe se haga relevante en nuestra
sociedad, que no se vacíe de contenido y sea fiel al Maestro con el testimonio
de nuestras vidas. Para el Maestro es hora de prueba y exigencia, como para
nosotros, pero Él no evita el compromiso: ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta
hora para esto! Ha llegado la
hora de que en nuestra vida se vea al Maestro. Ha llegado la hora que puedan ver en nosotros, algo, del mensaje
de Jesús.
Y su propuesta es
hacer la siembra de su mensaje en el mundo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. Está a unas semanas de su muerte y el Maestro es
consciente del camino que se acerca. Va a la siembra de su vida, va hacia su
muerte, siembra de resurrección y siembra que le cuesta la vida, pues es
necesario, sembrarse en la cruz, sembrarse en la tierra, en el sepulcro, para
dar el fruto de la vida nueva. Y es lo mismo que pide a sus discípulos; es una oferta, una
propuesta, a la que hay que dar respuesta: El que ama su vida, la
pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. El
que me sirve, que me siga,…. El que me sirve,… Como lo vive el Maestro, para nosotros seguirlo
será dar respuesta a sus exigencias para seguirlo: romper los apegos a las
cosas, estar con Él en medio de una sociedad en la que la iglesia es
sospechosa, los católicos un poco mojigatos, y los progresistas los profetas
del momento. Y no es posible decir: ¡Padre, líbrame de esta hora! Con toda
la tensión que el Maestro vive, no pide que lo saquen del conflicto que vive,
sino que en su vida el Padre sea glorificado. Esta es nuestra hora. En ella
estamos y hemos sido puestos para vivirla y que pueden ver al Maestro a través
de nuestra presencia y vida.
Queremos ver a Jesús. Es la hora de que lo
hagamos visible en nuestra sociedad y respondamos a quienes lo buscan y
preguntan por Él. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo;
pero si muere, da mucho fruto. Está será nuestra tarea. A sembrar.
Saludos.
P. Esteban Merino Gómez, sdb.