“Bendita tú
eres…”
En un pueblito pequeño de
Israel, en las periferias humildes del pequeño poblado de Belén, que el mismo
profeta considera pequeña entre los clanes de Judá (Cfr Miq 5, 1); en
una de las periferias de nuestras
grandes ciudades, de los campamentos postergados, de los sin techo, sin
tierra y sin trabajo, allí aparece la esperanza de Dios: de ti nacerá el que debe gobernar a
Israel,.. y se cumplirá el anuncio profético del momento en que dé a luz
la que debe ser madre, y vendrá a su pueblo, el anunciado. Él los
apacentará,..El
Será grande hasta los confín de de la tierra ¡Y Él mismo será la paz¡.
En gran esperado de Israel, el Ungido, el Mesías, el Cristo. El centro de la profecía es el Esperado y la
Madre que nos hace posible este encuentro.
Ellos dos son los
protagonistas en este Cuarto Domingo de Adviento. La Madre que lo espera y el
Señor que vine. A los dos Dios Padre los ha llamado y les propuesto su tarea.
A través del Ángel a María en su Anuncio
y en la posterior respuesta que ella da asumiendo
el compromiso de colaboración humana para el plan de Dios que asume con la
clara respuesta: Dijo María: "Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como
has dicho." Después la dejó el ángel. El camino libre de Dios
en su actuar se hace historia, terrenal y salvadora, con el camino libre de María asumiendo la propuesta
del Padre. Pero, también el Hijo, en el diálogo eterno con el Padre, asume su
propio camino de hacerse historia humana, con su disponibilidad y su respuesta:
Dios, aquí
estoy, yo vengo para hacer tu voluntad,..y reitera: Aquí estoy, yo
vengo, para hacer tu voluntad,.. me has dado un cuerpo… (Cfr. Heb10, 5-10) y
hecho hombre asumo mi parte en tu plan de salvación. El mismo Cristo Jesús,
como su Madre, responde al Padre, en este diálogo y comunión eternos: Aquí estoy,.. y
con esta doble disposición, del Hijo y de la madre, el Verbo, se hizo carne y habitó entre
nosotros. Y se cumplió la profecía de Miqueas.
¡Bendita tú y bendito el fruto de tu vientre¡, dice Isabel en la visita
de su Prima María. ¡Bendito el pecado que ha merecido tal redentor¡, dice la
Iglesia en el canto a Cristo Luz del Mundo, en el himno al Cirio Pascual.
Bendita la madre que acepta su tarea salvadora. Bendito el Hijo que la lleva a su
plenitud. Por eso la alabanza de Isabel es una felicitación y bienaventuranza
porque Dios, con la colaboración de la Madre y del Hijo, hace historia, lleva a
su cumplimiento, hace realidad y plenifica la promesa profética y la esperanza
de Israel. ¡Dichosa
tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!"
Y su en canto entona la alabanza, pues Dios es el bendito, el grande, quien
mira a su pueblo
y muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su
presencia. Y alaba al Señor que cumple su promesa: Proclama mi
alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque
se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán
feliz.
En un pueblito pequeño de
Israel, en las periferias humildes del pequeño poblado de Belén,… Dios encontró
el camino y se ha hecho entre nosotros el Emanuel, Dios con Nosotros. Dios
vino, viene y vendrá. Saludos.

