San Lucas es quien presenta más catequesis del
Maestro alrededor de la mesa en casa de fariseos que lo invitan a su casa. En 11,
37-54, donde que hablan del cumplimento de normas de pureza exterior; 14, 1-21:
los invitados que pelean por los primeros puestos y que solamente invitan a sus
banquetes a quienes pueden responderle de la misma manera. Y la comida del
evangelio de hoy, la mujer pecadora en casa de Simón el fariseo. Es
significativo que el Maestro en estas comidas, en algunas lo acompañábamos
nosotros, los doce, siempre encontraba un mensaje que entregar y que
cuestionaba hasta al dueño de casa que lo había invitado. Este día Sim
ón el fariseo, vivió un hecho de vida cotidiana que le
sorprendió con la entrada de una mujer desconocida que se atrevió a entrar en
su casa buscando al Maestro.
La casa, la mesa, es el lugar privado e interior
de cada familia, de cada persona. Entrar y participar de ellos es hacernos parte de su vida. El mundo judío
tiene estrictas normas de personas con quienes
no se puede sentar a la mesa un fariseo, personas impuras por su origen,
por su profesión, por sus enfermedades, por sus conductas, por ser de clases
sociales despreciables,… Destacan leprosos, ciegos, lisiados, mendigos, los
pecadores públicos, cobradoras de impuestos, como Mateo, o mujeres de mala vida
con el apelativo de pecadores públicas. Este es el caso en casa de un buen
fariseo donde irrumpe y estropea la fiesta una mujer de dudosa reputación y
hace aflorar las actitudes de todos.
La mujer, sin nombre, anónima, de la misma
ciudad,…que olvida todos los juicios y prejuicios que sobre ella tienen, se
acerca al Maestro con fe y confianza: el me conoce sabe lo que soy, me ama, y
me perdona; por eso yo también lo amo y confío en él. Simón es un fariseo,
orgulloso de su postura, de su conocimiento de la ley y su pureza. Sabe quién
es la mujer. Quiere congraciarse del Maestro con su invitación a comer y se
atreve, en sus pensamientos, a juzgar que el Maestro no debe ser profeta pues
no conoce a la mujer que se atreve a tocarlo, que osa una intimidad que lo
contamina con su impureza y pecado. El Maestro, sentado la mesa, tranquilo, deja hacer a la mujer,
que le otorga los signos propios de una acogida digna de un forastero: lavarle
los pies y manos, darle el beso de acogida y ungirlo en forma de respeto. Es un
reconocimiento de su dignidad. Los espectadores no dicen nada. La mujer no
habla. No tiene dignidad, ni siquiera
palabra.
El Maestro es consciente de que sus actitudes
son contrastantes, denunciantes, contracultura, chocantes, cuestionadoras de
las opiniones y visiones morales de los sentados a la mesa y que le traen las
críticas de muchos como el mismo San Lucas os recuerda: Los publicanos y pecadores se acercaban a
Jesús para escucharle. Por esto los
fariseos y los maestros de la Ley lo criticaban entre sí: "Este hombre da
buena acogida a los pecadores y come con ellos." Y Jesús con la
parábolas de la misericordia recuerda la gran novedad que trae. El nuevo trato
hacia los despreciados, pecadores. Su acogida y la osadía de comer con ellos es
la osadía de Dios hecho misericordia, con esa mujer, símbolo de lo pecadores
públicos, a quien el fariseo Simón, condena y todos desprecian. Tus pecados te
son perdonados. Tienes un lugar en la casa y en la mesa junto con el
Maestro. Vete
en paz tu fe te ha salvado. Y en la mesa hay un puesto, una silla,
para ella. ¿Hay una silla en mi mesa para la persona a quien desprecio, de
quien murmuro, a quien me cuesta aceptar? Saludos.
P. Esteban Merino
Gómez, sdb