“¡Siempre en la lucha¡”
14
de agosto de 2016 – 20° Domingo Ordinario
Ciclo Dominical “C” – San Lucas 12, 49-53
La lectura de este domingo es continuación
inmediata de la proclamada el domingo pasado. Vamos con el Maestro camino a
Jerusalén y es momento de decisiones y de asumir las consecuencias de las
decisiones tomadas con sus efectos lógicos que es obligado asumir para no
quedarse a medio camino, solamente en palabras.
Si
alguno ha pensado o piensa que la vida de los discípulos, de los cristianos, de
los católicos, va a ser una travesía tranquila, sosegada, sin desafíos o tensiones, se encarga el Maestro
en persona de invitarnos y asimilarnos a su propio camino y aclararnos que
estamos muy equivocados. Mas bien parece lo contrario por sus palabras, con lo
que buscar una vida cristiana tranquila es poco menos que rechazar, ya de
partida, vivir la vida cristiana misma con todos sus diarios desafíos y
avatares.
Yo he venido a traer fuego sobre a tierra, ¿y cómo
desearía que y estuviera ardiendo¡. Esta imagen del fuego no se
refiere a destrucción sino a esta fuerza
de vida, exigencia, mística, persistencia que supera hasta la llamas y la destrucción; resiliencia
y constancia, fortaleza y dureza del material,
dúctil y constante, como le gusta decir hoy día a nuestros
contemporáneos. No se rinde, continúa; sigue caminando. Aunque es probado en el
crisol, en el fuego, no desaparece, sino que en él se muestra su valía, el
metal precioso del que está hecho. Da la talla de lo que de él o ella, se
espera. Con el Maestro deseamos que este fuego sea más incendiario, más
profundo, más interno, y haga más viva nuestra lucha, como fuego del Espíritu en un nuevo Pentecostés
de la vida de cada cristiano
El agua es el bautismo en el que el Maestro se
ve ya sumergido en el camino de su Pascua, de su muerte y resurrección. Eso es
lo que la palabra Bautismo significa: ser sumergido. Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué
angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente¡. Es una lucha de vida y muerte; de muerte y
resurrección; de logro, caída, pecado y vuelta a resucitar; es lucha agónica,
persistente y permanente, que nos va haciendo, nos acrisola, nos purifica, y es
a la vez la ruta de la vida. Y estoy siendo bautizado cada día, y cada día
siendo sumergido en este camino del Maestro para que al ser en la muerte
sumergido, pueda cada día surgir con nuevo aliento, revitalizado cada jornada.
La vida cristiana es lucha o no es el camino de Cristo. Es un permanente caer y
levantarse. Es ser crucificado y resucitar cada día. Es muerte y vida.
Es paz y es lucha. Es guerra y sosiego. Es
tranquilidad y permanente desafío. ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la
tierra? No, les digo que he venido a traer la división. Las
opciones que cada uno tomamos nos
colocan cara a los demás y nos definen. También,
y muchas veces es lo que nos sucede, la
ausencia de estas decisiones, opciones, valientes, coherentes con lo que somos
o decimos ser, nos presentan como
deslavados, insípidos, irreconocibles, por no tener ningún sabor, ninguna
definición, ninguna opción clara, “no somos ni chicha ni limoná” y convertirnos
en incoloros católicos, camaleones de lo que nos rodea, sin identidad ni opción
propia. Todo ello por miedo a la lucha, al fuego que debería diferenciarnos, al
agua que nos ha marcado desde el inicio de nuestra fe y que debería darnos la
clara apariencia y realidad de lo que somos:
discípulos de Cristo en la lucha
diaria, con el fuego de la mística del Maestro y con la fuerza y constancia de
quien sabe que no será vencido, sino que con Cristo alcanzará la victoria,
contra, o a pesar de hermanos, hermanas, suegras, hijas, madres, padres, …
porque sigo en la lucha de mi fe.
¡Cristianos en ascuas¡ ¡Cristianos apagados¡
¡Cristianos quemados¡ ¡Cristianos ahogados, sin vida, sin bautismo¡ ¡Cristianos
apocopados, borrados por su familia¡ ¡Cristianos que rehúyen la lucha, la
guerra del discípulo no que sigue al Maestro¡ ¡ Estamos en la lucha¡ Saludos.
P.
Esteban Merino Gómez, sdb.